Todos los años la misma historia. Cuando menos lo espero, cuando ya le tomé el gustito al calorcito de las tardes, cuando el michi ya se acostumbró a verme todas las mañanas en casa, cuando todos los días transcurren como si fuera domingo, cuando ya perdí la costumbre de peinarme diariamente, ... ¡zápate! Aparece un aguafiestas que me dice, así, sin prepararme siquiera:
–Mañana empiezan las clases. ¿Estás contento, Tomi?
–¡Empieza el Jardín! ¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
¿Quién va a jugar con Nico? ¿Quién va a llevar a Napo a la plaza para que haga pichín? ¿No te parece que el michi me va a extrañar?
¿Quién va a cuidar a Nico cuando vayas a comprar el pan?
¿Quién te va a ayudar a poner la mesa? ¿No te parece que la plata no alcanza como para mandarme al cole? Yo me puedo sacrificar. ¿Quién va a llenar de alegría tus silenciosas mañanas? ¿Quién te va a defender cuando discutas con la vecina porque le toqué el timbre?
Una hora. ¡Sí, señor! Una hora entera estuve pataleando, diciendo “¡ufa!” y explicándole a mi mamá por qué no era conveniente que yo fuera al Jardín. Pero no hubo caso. Ella me mostró mi guardapolvo nuevo, la mochila ya preparada y me dijo, mientras me rascaba la capochita:
–Ya vas a ver que te va a gustar tu nueva maestra y jugar con tus compañeros
de Jardín.
–En pocas palabras –le dije yo–, lo único que me puede salvar es que no llegue el día de mañana.
–Lo único –me contestó simplemente mi mamá–. Y eso fue lo último que se habló del asunto.
Por supuesto, esa noche no pude pegar un ojo. ¿Será buena mi nueva maestra? ¿Le gustará jugar con nosotros? ¿Extrañaré a mi mamá? ¿Nos dejarán pintar dibujos? ¿Será como la salita de cuatro? Porque mi salita de cuatro era como una casa tibia con muchos amigos. ¿Tendré compañeros nuevos? ¿Me tendré que peinar de nuevo todos los días? Y si no puedo aprender a escribir mi nombre, ¿me retarán? ¿Se enojarán conmigo?
Nunca me pareció tan largo el camino desde mi casa hasta el Jardín como a la mañana siguiente. Mientras más me acercaba, más me crecía una cosa rara en el estómago que no me dejaba respirar bien. Hacía mucho que no le daba la mano a mi mamá para caminar. Pero esa mañana, entrecrucé mis dedos con los de ella y no se los solté ni cuando llegamos al Jardín, delante de mis compañeros del año anterior. En realidad, por alguna extraña razón, nosotros, que nos creíamos tan grandes, estábamos todos bien pegaditos a las piernas de nuestras mamis, abus y papis. ¿Sentirían ellos lo mismo que yo? Y ni les cuento de los más chiquitos. Lloraban como llora mi hermanito cada vez que le cambian el pañal: ¡a moco tendido!
De pronto, cuando ya pensaba que me iba a poner a llorar como los de tres, apareció una sonrisa grande y dulce invitándonos a pasar a la salita de cinco. Apenas entré pude notar que estaba llena de juegos y de rincones curiosos. La maestra nos dijo su nombre y empezó a contar un montón de cosas divertidas que íbamos a hacer con ella. Les dijo a los papás, abuelos, tíos y hermanos que si querían se podían quedar. Yo, por las dudas, le dije a mi mamá que se quedara un ratito. Mientras tanto, empezamos a cantar, a bailar y a jugar. Conocí nuevos chicos, aprendí una canción muy divertida, y la salita me pareció tan tibia como la de cuatro. Entonces, en lo mejor de todo, la maestra nos saludó:
–¡Hasta mañana!
–¡¿Quéeee?! ¿Ya nos vamos? ¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! ¿Cuándo es mañana?
Laiza Otañi
–Mañana empiezan las clases. ¿Estás contento, Tomi?
–¡Empieza el Jardín! ¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
¿Quién va a jugar con Nico? ¿Quién va a llevar a Napo a la plaza para que haga pichín? ¿No te parece que el michi me va a extrañar?
¿Quién va a cuidar a Nico cuando vayas a comprar el pan?
¿Quién te va a ayudar a poner la mesa? ¿No te parece que la plata no alcanza como para mandarme al cole? Yo me puedo sacrificar. ¿Quién va a llenar de alegría tus silenciosas mañanas? ¿Quién te va a defender cuando discutas con la vecina porque le toqué el timbre?
Una hora. ¡Sí, señor! Una hora entera estuve pataleando, diciendo “¡ufa!” y explicándole a mi mamá por qué no era conveniente que yo fuera al Jardín. Pero no hubo caso. Ella me mostró mi guardapolvo nuevo, la mochila ya preparada y me dijo, mientras me rascaba la capochita:
–Ya vas a ver que te va a gustar tu nueva maestra y jugar con tus compañeros
de Jardín.
–En pocas palabras –le dije yo–, lo único que me puede salvar es que no llegue el día de mañana.
–Lo único –me contestó simplemente mi mamá–. Y eso fue lo último que se habló del asunto.
Por supuesto, esa noche no pude pegar un ojo. ¿Será buena mi nueva maestra? ¿Le gustará jugar con nosotros? ¿Extrañaré a mi mamá? ¿Nos dejarán pintar dibujos? ¿Será como la salita de cuatro? Porque mi salita de cuatro era como una casa tibia con muchos amigos. ¿Tendré compañeros nuevos? ¿Me tendré que peinar de nuevo todos los días? Y si no puedo aprender a escribir mi nombre, ¿me retarán? ¿Se enojarán conmigo?
Nunca me pareció tan largo el camino desde mi casa hasta el Jardín como a la mañana siguiente. Mientras más me acercaba, más me crecía una cosa rara en el estómago que no me dejaba respirar bien. Hacía mucho que no le daba la mano a mi mamá para caminar. Pero esa mañana, entrecrucé mis dedos con los de ella y no se los solté ni cuando llegamos al Jardín, delante de mis compañeros del año anterior. En realidad, por alguna extraña razón, nosotros, que nos creíamos tan grandes, estábamos todos bien pegaditos a las piernas de nuestras mamis, abus y papis. ¿Sentirían ellos lo mismo que yo? Y ni les cuento de los más chiquitos. Lloraban como llora mi hermanito cada vez que le cambian el pañal: ¡a moco tendido!
De pronto, cuando ya pensaba que me iba a poner a llorar como los de tres, apareció una sonrisa grande y dulce invitándonos a pasar a la salita de cinco. Apenas entré pude notar que estaba llena de juegos y de rincones curiosos. La maestra nos dijo su nombre y empezó a contar un montón de cosas divertidas que íbamos a hacer con ella. Les dijo a los papás, abuelos, tíos y hermanos que si querían se podían quedar. Yo, por las dudas, le dije a mi mamá que se quedara un ratito. Mientras tanto, empezamos a cantar, a bailar y a jugar. Conocí nuevos chicos, aprendí una canción muy divertida, y la salita me pareció tan tibia como la de cuatro. Entonces, en lo mejor de todo, la maestra nos saludó:
–¡Hasta mañana!
–¡¿Quéeee?! ¿Ya nos vamos? ¡¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!! ¿Cuándo es mañana?
Laiza Otañi
• ¿Qué sintieron ustedes el primer día de clases? ¿Quiénes se alegraron? ¿Quiénes
protestaron? ¿Quiénes se entristecieron? ¿Por qué se alegraron, protestaron o se
entristecieron?
• ¿Qué le pasó a Tomi? ¿Cómo se sintió? ¿Por qué creen que sintió miedo? ¿Qué
cosas le dieron miedo?
• ¿Quién acompañó a Tomi durante ese día tan especial?
• ¿Y a ustedes?
Me encantó el cuento para el inicio de clases! Está muy lindo. Siempre hay temores al comenzar las clases, inseguridades (y no solo por parte de los niños, sino también provenientes de los padres).
ResponderEliminarUn abrazo Vivi, muy bella entrada =)
Hola Vivi!!Vengo a darte ánimo amiga...estás por comenzar una nueva etapa, y todo cambio asusta un poco, por la inseguridad misma de lo desconocido.Pero lo importante es que igualmente vas a estar en contacto con los chicos.
ResponderEliminarTe deseo un buen comienzo y...FUERZA VIVI!!
UN GRAN ABRAZO!
chinga a tu madre
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